De nuevo Delhi, un universo donde la rueda de la vida no es una metáfora de los estados mentales sino una realidad palpable a cada paso. Donde ves el mundo de los dioses, de los titanes, de los espíritus hambrientos, los infiernos, los animales y los humanos. Una realidad que es, que no se puede ocultar. Que te incomoda porque cuando giras la cabeza, no haces sino ver una realidad más cruda.
Una calle polvorienta compartida por mendigos, lisiados, tullidos, por turistas y niños cuyo medio de vida es mirarte a los ojos, llevar su mano a la boca en señal de que quieren comer. Tirando de tu ropa cuando no quieres mirar. Pitidos, richos, tuc-tucs, coches y bicicletas. Hogueras para calentarse, muchas veces con lo mas insospechado como unas sandalias de caucho ante la falta de madera. Polvo, ruido, humo. Un gato medio ciego, asustado en medio de la calle. Mojado como si lo hubiesen escaldado. Sin saber dónde ir, dónde esconderse ante ese río de gente. Tanto dolor... Tanto sufrimiento.
Un perro con sarna, con los intestinos al aire. Lamiéndose, limpiándose, recostado como puede...
Una paloma caída del tejado sin apenas plumas. Intentando alzar un vuelo imposible. Enferma.
Una hormiga, con una pata menos que intenta seguir su paso. Pero cada paso que da lo único que le permite es caerse y voltearse para intentar volver a ponerse en pie y seguir adelante.

Saltan, ríen, juegan. Se cuelgan de tu mano y la usan como un péndulo del que recolgarse para girar como una bailarina. Y te das cuenta, de que independientemente de lo que tu pones también pueden ser felices a pesar de la miseria.
Una realidad que no puedes dejar de mirar...
Ante la que no puedes cerrar los ojos porque su fortaleza es tal que sigue metida en tu retina.
La única manera en que uno puede afrontar la situación es con metta.
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