Estos son los diarios de un aprendiz que pretende descubrir el Dharma y su significado.
Hace 2500 años comenzó un camino, decidí unirme a él,
el 4 de noviembre de 2009 de la Era Común.

viernes, 30 de abril de 2010

La roca

Me encuentro bien. Después de tempestades turbulentas, me encuentro bien. Ya comenté en una entrada anterior que me encontraba dando vueltas alrededor de una gran roca en medio de mi camino que me impedía avanzar.  Y me encontraba dándole vueltas y mas vueltas, y lo único que estaba era cavando ese surco al que Saddhakara se refiere cada vez que hacemos girar la rueda de la vida. Un surco cada vez más hondo que estaba haciendo que la roca pareciese una gran montaña inexpugnable.
El otro día me volví a ver en el camino; para ser mas preciso, mas bien dentro de la zanja. Y me encontré de nuevo dando vueltas. Ignorancia, avidez, rechazo ... dando cada vez mas vueltas al tiovivo, subiendo y bajando en el caballito de feria, aferrado con mi apego a la barra que lo hace subir y bajar.
Y decidí parar... me aparte la orejeras.

Cuando no te gusta algo... puedes cambiarlo, o conformarte. Yo había decidido seguir la senda de conformarme, ejerciendo una ignorancia activa que miraba de reojo al espejo porque no deseas mirar lo que ves...Ignorancia activa.

El efecto liberador del dharma es mágico. Cuando me comprometí a seguir los preceptos éticos supuso asumir la senda de abstenerme de mentir. No creí que el efecto transformador fuera tan grande. Creí que era difícil no mentir a los demás aunque lo realmente más difícil es no mentirse a uno mismo. Y es aquí cuando reconozco que me he mentido continuamente de forma sutil con esa ignorancia activa.

Y no deseo mentirme más, quiero ser honesto conmigo mismo.
Mientras escribo esto Alaska canta: "Malgasto mi talento destrozando a los demás, propagando mil mentiras, disfranzado la verdad. Estoy perdiendo un tiempo que no voy a recobrar. Parece que mi vida no da para más" 
... Sincronicidades...
Tengo miedo a decirme la verdad. Reconozco que no me gustan algunas partes de mi cuerpo, reconozco que no me gusta mirarme al espejo. Por eso lo reconozco y miro al espejo de la rueda de la vida.
He de decir que verbalizar esto, mirarlo y escribirlo tiene un gran efecto liberador que supongo que culminará cuando decida publicarlo.
Y en eso estoy, disfrutando del gran gozo que supone no mentir a los demás, pero especialmente no mentirme a mi mismo. Para acabar de redondear ese gozo del momento presente, sincrónicamente, leí el texto de Saddhakara "Un tiesto más grande".



Por buscar el logro espiritual de los otros, no obstante, no debe uno ser negligente en la búsqueda del propio logro. Percibiendo claramente la propia meta, permita que otro intente su propio resultado. Dhamapada, 166

martes, 6 de abril de 2010

El retiro en Guhyaloka

En marzo pasado, mientras Valencia celebraba las Fallas, estuve de retiro en Guhyaloka. He de decir que en general el retiro fue  robusto y recio, no tanto por las especiales condiciones de vida del retiro que te alejan de las comodidades cotidianas como pueden ser un aseo con agua caliente o un wc, sino más bien por las turbulencias que se desataron en mi interior.
He de decir que tenía cierta curiosidad por saber que era aquello de la práctica de género, y he de reconocer que al principio no me gustó mucho... en parte porque me retrotrajo a la época infantil en que niños y niñas íbamos a la escuela separados. Ahora que lo pienso muy posiblemente rememoré la sensación aquella de estar solo entre chicos y todo lo que en su momento "padecí": una persecución vil y despiadada por ser diferente, ser muy sensible y no ser un niño al que le gustase jugar al futbol. Hoy se diría que lo que padecí de chico fue acoso escolar o bullying.
El aprendizaje que supuso para mi estar entre chicos fue que debía ocultar al máximo cómo era, qué pensaba y qué sentía. Porque ser veraz, decir lo que piensas o cuáles son tus sentimientos a lo único que te llevaba era a ser juzgado y condenado por ser diferente. Ahora entiendo porqué me cuesta relacionarme tanto con los hombres, y ese irracional miedo a ser juzgado por ellos.
El retiro me sirvió para reconocer estos esquemas como esquemas propios, que en su momento puse porque fue necesario pero que ahora ya no tienen ningún sentido. 
En una conversación con Dharmakirti reconocí que el "problema" estaba en mi y que era un buen momento para comenzar a trabajarlo.
Y así lo hice, una vez que había reconocido que los viejos esquemas estaban ahí decidí, comenzar a demolerlos y decidí dejar fluir mis emociones y comenzar a expresarme libremente. Lo cierto es que en una sesión de compartir en grupo tras exponer un par de cuestiones personales, volví a tener la sensación de estar siendo juzgado por un par de personas. En circunstancias normales no me habría afectado, pero en esta ocasión si que me afectó y me sentí dañado. Tengo claro que lo que me dañaron no fueron las palabras de los demás, sino que lo que me dañaron fueron mis pensamientos y que añadí un valor adicional a las palabras. 
Para añadirle mas caldo al potaje estuvimos en tiempo de silencio y me quedé con todo ello macerando toda la noche. 
A la mañana siguiente, bajo un thangka con Avalokitesvara, en la meditación de Metta Bhavana decidí trabajar la compasión —karuna— como la trabajé en el curso que hice con Paramachitta sobre las cuatros Bramha-viharas. La verdad es que cuando llegué a la quinta etapa de la meditación rompí a llorar y tuve que levantarme del cojín porque no lo pude soportar más... silencio hasta el desayuno.

Ese día la charla  fue impartida por Dharmakirti, habló de Avalokiteshvara, el señor que mira los sufrimientos del universo con compasión infinita, y de la mítica piedra chintamani que este bodhisatva lleva entre sus manos. 
Cuando en aquel momento Dharmakirti hablaba de la piedra chintamani, recordé la piedra azul que hasta entonces llevaba en mi bolsa a todas partes. Desconozco como llegó hasta mi bolsa pero sé que es una piedra lapislazuli de una bolsita con piedras que compré en el Parque Nacional de Muir Woods en San Francisco. Cuando  me di cuenta que aquella piedra se encontraba en mi bolsa, asocié su presencia con el Dharma —llegó a mi para proporcionarme paz, serenidad y sabiduría — y pasó a ser una joya de gran valor de la que no me quería desprender.
Quizá la experiencia espiritual más intensa transcurrió en la puya de aquella noche cuando abandonando el apego, brindé a Avalokiteshvara la joya azul que me acompañaba en mi bolsa. 


He de decir que el retiro me ha permitido conocer mejor a algunas personas, disfrutar de la bondad de Dharmakirti, del entusiasmo de Javier, de un nuevo amigo Xavi o de la gran sabiduría de Enric.
Sin duda alguna ha sido un gran retiro, un retiro robusto.

OM MANI PADME HUM